miércoles, 7 de octubre de 2009

El aborto: La negación del débil (artículo 3 de 5)

El hombre es un ser indestructible, su único punto débil es la ignorancia
- Jhonnis Aranguren -



Siento haber dejado pasar tanto tiempo entre éste artículo y el anterior, os aseguro que no ha sido por falta de ideas. Espero imponer a partir de ahora un ritmo más fluido a las entradas del blog, haciéndolas algo más cortas y frecuentes.

Hace no muchos días, vi el penúltimo documental del no siempre bien aceptado director Michael Moore, Sicko, en el que critica, no sin razón, el caótico y elitista sistema de sanidad estadounidense. Mi intención al mencionarlo no es la de adentrarme a hablar sobre su tema principal, sino la de recalar en una frase que dice Moore cuando muestra cómo los hospitales niegan la asistencia a las personas sin recursos económicos, dice: "puede juzgarse a una sociedad según como trate a sus miembros más débiles". Noté al escucharla esa sensación de cosquilleo por todos los poros de la piel, y acto seguido, mi cabeza inició un rápido e intenso proceso de pensamiento, tanto que todo intento de mi voluntad por detenerlo hubiera sido en vano. Varias preguntas fueron lanzadas a mi conciencia: ¿Quiénes son esos miembros más débiles?, ¿cómo les trata mi sociedad?, en este punto, mi reflexión se encaminaba por: "en nuestro sistema actual, el que más produce y consume es el que tiene acceso a más privilegios, pues contribuye en mayor medida al aumento del capital de un país, mientras el que no puede hacerlo, el "débil", puede considerarse una "carga" para tal sociedad, pues ésta, solo por cuestiones morales, debe facilitarle el acceso a recursos básicos (vivienda, comida, salud...) sin disfrutar a cambio de su contribución" y aquí finalmente llegué a la pregunta clave: ¿y si una sociedad anula todo peso moral hacia un sector de la misma, le despoja de su membrecía, y así no tiene que asumir tal pérdida?. Sin tal peso de conciencia, no hay mayor problema para dejar de considerarle miembro, y como comenté en mi anterior artículo sobre el tema, se le pasa a valorar sólo en términos económicos, y si "no compensa" o "resulta incómodo", se puede tranquilamente eliminar. ¿Se os vienen ejemplos a la cabeza?: los antiguos esclavos, los judíos e inválidos en la Alemania Nazi, y de igual magnitud, los aún nonatos.

Abramos los ojos a esta manipulación que nos imponen las mentes de ideología vacía, que aprovechan nuestra ignorancia para darnos una falsa cara de la libertad y la felicidad. Alguno dijo: "la cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Si, además de estar en una cadena en la que no creo (nuestro sistema económico y social), cuya fuerza nunca va a llevarme a la felicidad que yo busco, y además pretende aumentarla aun a costa de eliminar a los más débiles; haciendo honor a mi apellido y con todo respeto, me desengarzo de ahí

Siento si alguno me considera algo repetitivo sobre ésta idea, pero sentía el impulso de recaer en ella a raíz de mi situación vivida en la visualización de tal documental.

jueves, 25 de junio de 2009

Simbología y el tesoro de la variedad


Mientras me encontraba en mi habitual recorrido por la línea cinco del suburbano madrileño pensando de qué modo orientar el presente artículo sobre la cultura urbana, algo me hizo inesperadamente prestar atención a lo que en ese mismo instante acontecía a mi alrededor; el tren paraba en la estación de Rubén Darío, situada en plena Castellana, cuando un par de hombres elegantemente trajeados y con sendas corbatas bien anudadas colgando de su rasurado cuello (cuenta el dato que eran las diez de la noche), cruzaban la puerta hacia el andén. Dos estaciones más tarde, vi como un joven de unos treinta años con media melena rubia mechada, que lucía amplias botas, una llamativa camisa amarilla y pantalones oscuros tipo “pitillo”, descendía en la estación de Chueca; al rato, y sin encontrar tiempo suficiente para pensar en valoraciones, llamó mi atención un pequeño grupo de personas de rasgos claramente asociables a Sudamérica y vestidas la mayoría con gorra, pantalones holgados y chaqueta de botones al más puro estilo “rapero”. Éstos acompañaron mi propia salida en la estación de La Latina.


Salí al exterior en la madrileña Plaza de la Cebada, y mientras caminaba hacia otra plaza, la de Tirso de Molina, mi cabeza rumiaba con energía sobre tales acontecimientos. ¿Qué conclusiones podía sacar de ellos? ¿Son sólo unos cuantos ejemplos de típicos estereotipos urbanos? ¿Qué les unía?. Súbitamente me di cuenta de una idea: esa ropa característica... ¿Cuál es el uso universal de la ropa? - taparse del frío, protegerse del sol, mostrar atractivo personal... -; pero había “algo más” en mis todavía infundadas interpretaciones que esas definiciones no llegaban a abarcar: ¿Qué uso tenía esa ropa vestida precisamente por esas personas en aquellas zonas y momentos determinados?. Aquí radicaba realmente el quid de la cuestión, y más concretamente en un particular concepto; el de símbolo. Los símbolos se refieren a representaciones de realidades que tienen significado por sí mismas, siendo atribuidos dentro de una sociedad o cultura determinada; se diferencian de los signos en que éstos tienen un significado más universal, además de continuidad en el tiempo y menor concreción; explicándome con un ejemplo, un pantalón de pitillo como signo no representa más que algo como “una manera de tapar las piernas”, no cambiaría su significado en un sitio o en otro y se definiría de forma similar (salvo diferencias en el tipo de tela, comodidad, etc.) que cualquier otro pantalón, sea acampanado, vaquero o de chándal; sin embargo, tomando éste mismo ejemplo en su acepción como símbolo, tiene un significado más particular y diferente dependiendo de cómo cada cultura (o cada persona dentro de su cultura) interprete factores tales como la persona que los vista, la zona en que pasee con ellos, el color, la gente que le rodee cuando los lleve puestos... o una “mezcla” de ellos. Esta citada “mezcla” es la que da lugar representaciones simbólicas individuales. Tales representaciones dentro de un núcleo de gente (sea una ciudad como Madrid o un pueblo como Galapagar), junto a los estados emocionales que provocan en las personas o grupos de personas (siendo esto muy importante, ya que determinados símbolos pueden generar atracción, odio, idolatría... por las personas que los llevan), constituyen la base de la cultura urbana.


A lo largo de la historia de los pueblos y las culturas, los símbolos han existido siempre como herramientas fundamentales para la identificación de los grupos sociales, constituyéndose como elementos básicos para perpetuar la unión de los mismos, su continuidad en el tiempo, y en última instancia forjar una gran base de seguridad de la persona individual. Desde pieles de animales curtidas y teñidas de manera determinada, hasta tipos de tatuajes en zonas particulares del cuerpo, pasando por formas de comer y beber, tipos de bebidas, incluso maneras de caminar o mirar, cientos de miles de símbolos han inundado y siguen inundando las diferentes formas de expresión del ser humano ante sus iguales. Esta tendencia natural tiene sus raíces en el paso anterior del niño a la adolescencia, cuando éste se da cuenta de que hay más realidades que su propia familia, es decir, más roles para desempeñar en la sociedad de la que forma parte que los de hijo, hermano, nieto, sobrino, etc. Podría decirse que, a lo largo de nuestra vida, vamos firmando “contratos virtuales” con diferentes roles o identidades grupales que, por unas u otras circunstancias (ya sea porque coinciden con nuestros gustos, nos resultan atractivos en otros, etc.), pretendemos asumir; así se va conformando en cada individuo una compleja “red de identidades”, tanto elegidas por nosotros mismos (por gustos, aficiones, etc.) como en ocasiones impuestas externamente (por lugar o año de nacimiento, rasgos corporales, tendencias biológicas, etc.). Pero, ¿por qué ésta tendencia humana a mostrarse externamente como parte de grupos sociales?. Pensemos en los ejemplos que expuse al comienzo de la redacción y ahora viajemos hacia alguna primera ocasión pasada en la que estuvimos hablando con alguien a quien acabábamos de conocer. ¿Cómo fue?. Muy probablemente, a la vez que manteníamos esa conversación, nos fijábamos en su ropa y aspecto físico, en sus gestos, formas de hablar, juegos de miradas, tonos de voz, movimientos de las manos..., en resumen, en todos los símbolos que se mostraban ante nosotros para de alguna manera “etiquetar” a esa persona a partir de nuestras experiencias pasadas con esos mismos símbolos valorados en otras personas. Inconscientemente teníamos conceptos para esa determinada manera de vestir, actuar, hablar..., y los utilizamos para “intentar superar la incertidumbre de no saber a quién tenemos frente a nosotros”. ¿Y por qué pasa esto?. Por la inevitable tendencia humana a incluir cuanto antes nuestras percepciones en categorías, hacerlas formar parte de grupos ya conocidos por nosotros y así tener ciertas expectativas sobre lo nuevo (y que así no resulte tan nuevo). El fin último de todo esto es, en cierta medida, “controlar el mundo que nos rodea”.


Englobando lo anterior, necesitamos mostrar unos “carnés de identidad” ante las personas de nuestra sociedad para tener cierta seguridad de que quien nos vea o conozca “sepa quien tiene en frente”; estos son los símbolos. Ellos nos procuran una sensación, un margen de seguridad de que las valoraciones ajenas (e incluso las que hace uno de él mismo), van a seguir cierta dirección, pues nos identifican con ciertos grupos cuyas características “nos hacen sentir cómodos como miembros suyos”, a la vez que nos evitan la incomodidad de que puedan “etiquetarnos” en otros que “no nos gustan”. Así se conforma lo que llamamos cultura urbana; un concepto natural y puramente humano digno de contemplación y admiración por la gran riqueza que proporciona a cualquier sociedad. Debemos, no solo respetar su variedad, sino impulsarla, pues una sociedad rica en grupos sociales y culturales fomenta algo tan fundamental como el “salir de nuestra cajita” en la que solo existen nuestras normas y nuestra realidad, y tomar conciencia de que hay “otras realidades” igualmente válidas y otras formas de pensamiento. En los últimos años, la apresurada globalización y la manipulación publicitaria intentan justamente lo contrario; hagamos desaparecer los ideales vacíos que nos intentan imponer y hagamos encender la razón, pues ningún razonamiento es bueno si no está apoyado por una gran variedad de argumentos.

viernes, 5 de junio de 2009

El aborto (2 de 5): Análisis del esfuerzo y el ideal en el capitalismo


“Es una persona que se ha hecho a sí misma”, es una frase proverbial que se oye no pocas veces en nuestra cultura cuando se quiere ensalzar a un hombre o mujer cuando ha empleado un gran y vistoso esfuerzo individual para alcanzar una posición de prestigio en la sociedad. Desde que apenas hemos cumplido unos pocos años de vida, nos inscriben en una carrera social de la que obligadamente debemos formar parte si queremos considerarnos unas “personas maduras” o “de provecho”; insidiosa e inconscientemente se nos impone la necesidad de “crearnos un nombre” ante nuestra familia y grupos de pertenencia: “estudia duro para poder encontrar un buen trabajo”, “gana experiencia para mostrar a los demás que vales”, “ve formándote un buen currículum”, son expresiones que indudablemente forman parte del lenguaje cotidiano. Es en parte por esto por lo que a menudo nos gustamos a nosotros mismos cuando obtenemos una valoración positiva de otros por algo que “lleva nuestro nombre”, y más si lo nombrado existe a causa de nuestro esfuerzo (sea grande, pequeño o a veces nulo). Si la frase de François Mauriac, “nuestra vida vale lo que nos ha costado en esfuerzo”, es considerada literalmente válida por el sistema capitalista, como parece que así ocurre, de poco distaría éste del dios protestante (cuya ética consideraba Max Weber como origen de tal sistema, entre otros), que permite solamente la salvación de los social y económicamente prestigiosos. La única diferencia estribaría en el origen del evaluador del “currículum”, léase social o divino.


En consecuencia, nuestro sistema nos hace tender a una visión estrictamente práctica del ser humano, es decir, se le considera tan válido como la cantidad y calidad de funciones que sea capaz de desempeñar (sobre todo si su cultura las considera fuente de prestigio) y como tanto esfuerzo esté asociado a su formación como persona. Tomando parte de la cultura europea como ejemplo, se considera personas generalmente más valiosas a cantantes, futbolistas o altos cargos de una empresa, pues sus capacidades de cantar, patear el balón y dirigir respectivamente, han emergido como socialmente más valiosas en nuestra cultura, y completando con la segunda afirmación, se tendrían como más prestigiosos los que, principalmente dentro de esos grupos, dejan ver que han empleado un mayor esfuerzo (“han forjado un mejor currículum”) para llegar a ocupar tal posición. Evidente y afortunadamente, sería engañarse el pensar que las atribuciones emocionales de las personas no juegan un papel importante en estas valoraciones; en relación con lo ya dicho en mi anterior artículo, las personas, tanto de manera positiva como negativa, tendemos de forma natural a implicarnos afectivamente con otras personas; por eso cada individuo es usualmente capaz de superponerse a las valoraciones del ser humano que el sistema se empeña en imponerle y hacer las suyas propias. Normalmente estas suelen dirigirse de manera muy positiva (o también muy negativa) a los miembros de la familia y de redes sociales cercanas, y en un contexto más macrosocial, contribuye en gran manera a mejorar o empeorar las percepciones de determinados personajes, como los ejemplificados anteriormente, sin tener tanto en cuenta su “currículum” o su gran destreza (elementos citados como esenciales para el sistema): un futbolista que demuestra un muy buen juego (“funciones” prestigiosas y de calidad), debido en parte a su dura formación en las mejores escuelas (buen currículum), muestra una “chulería” que hace que a mí me caiga realmente mal (atribución emocional personal negativa), sin embargo, nunca desearía su muerte o que sufriera una fuerte lesión porque de alguna manera empatizo con el y con sus seres queridos, ya que a mi nunca me gustaría que alguien deseara mi sufrimiento por nada que pudiera hacer (atribución emocional personal positiva).


Si bien es cierto que nuestras atribuciones afectivas nos hacen “ocultar” en cierto modo el ideal capitalista puramente productivo que inconscientemente también forma parte de nuestra psique, ¿qué pasará cuando asignemos un escaso o nulo afecto a X (sea persona, objeto o animal)?. Dándose éste hipotético caso, lo más probable según la presente exposición, es que emerja un componente más puramente funcional en nuestra valoración de X. Este hipotético caso podría, por qué no, identificarse con el aborto. Antes de comenzar a profundizar en cualquier análisis en relación a ésto conviene que repasemos los anteriores conceptos, integrándolos cuidadosamente con un tema tan socialmente activo como este. A lo largo del presente análisis he identificado dos variables necesarias y prácticamente suficientes para considerar la valía de un ser humano desde un punto de vista estrictamente práctico, que es del que se sirve nuestro sistema económico para catalogarnos; éstas son la capacidad de desempeñar con éxito determinadas funciones de prestigio social y la vistosa posesión de un “currículum social” formado por experiencias anteriores fruto de un esfuerzo objetivo. Afortunadamente para nuestra humanidad, existe en nosotros una capacidad de valoración en la que influyen significativamente los afectos, razón por la que asignamos nuestras valías personales en cuanto a ellos (aunque no estrictamente); ahora bien, ¿qué pasa cuando “algo” no despierta (o nosotros mismos no dejamos despertar) estos afectos?. En relación a lo comentado en el artículo anterior, ¿cómo valoramos a un zigoto, un embrión o a un feto en el que poco juega parte (o simplemente no dejamos que la juegue) la emocionalidad?. He aquí la respuesta: en términos productivos y de esfuerzo; ¿cómo quedaría entonces de este modo?. Nos lo podemos ligeramente imaginar. Según la primera variable, pienso que no hace falta explicar que un ser humano en su periodo de formación no solo goza de unas capacidades productivas nulas, sino que incluso pueden considerarse negativas, pues en muchos casos resta capacidad a la “madre” con afectaciones emocionales (según lo que signifique para ella el embarazo) y orgánicas (repercusión del embrión en el cuerpo de la madre). Bien es verdad que todo lo que al final acaba produciendo debe pasar por una etapa de “formación” en la que es puramente receptor, sin embargo, el papel más influyente en la decisión de abortar lo juega la segunda variable, la del esfuerzo. Si algo carece ante nuestros ojos de afecto y productividad, al menos vamos a “echar un ojo” a los recursos que han sido empleados para su formación, pues si son muy costosos quizá merezca la pena una mejor valoración, entonces, ¿cómo es el currículum de eso que tiene la mujer en el útero?. Vamos a aventurarnos; en el apartado experiencia laboral mostraría algo así como: provocador de problemas a una pareja y su familia; y en el de formación académica: un acto sexual. Cualquier técnico mínimamente experto en selección de personal rechazaría a un candidato con una tan sencilla y placentera manera de volver a encontrar, en un momento que a la empresa no le conviene demasiado, pues fácilmente puede conseguir a otro igual de dotado cuando considere (si es que algún día lo considera) que corren tiempos más propicios para comenzar a “adiestrarle”.


En resumen e integrando lo ya dicho sobre el tema, alguien que considere la posibilidad del aborto ante un embarazo no deseado, intentará despojarse de todo afecto y empatía hacia tal ser humano en formación, y cuando creyera que lo ha conseguido, lo valorará como una inversión más; por lo tanto, tanteará los recursos disponibles, las ventajas y desventajas y si este es el momento propicio para obtener una “mayor rentabilidad” del “producto”. Tendrá en cuenta, entre otras cosas, la carga emocional que sufrirá tanto él mismo como el “futuro” ser humano, los recursos económicos, sociales y personales disponibles o si tal inversión es rentable para su situación vital actual. Como si de un broker de banca se tratara, discutirá y balanceará estas especulaciones y decidirá si es o no el momento adecuado para “apostar”; pero hay algo que tendrá seguramente un alto peso en tal decisión, y es la gran facilidad de recrear una nueva posibilidad de inversión de este tipo, algo que no requiere más esfuerzo que el gozar de actos sexuales en épocas fértiles de una mujer (o utilizar algún juego de probetas); por lo que seguramente decidirá que abortar ahora y esperar a otro momento de mayor rentabilidad es, tanto para el beneficio del futuro niño como para los supuestos padres, la solución más cabal que podría tomarse. En estos momentos recuerdo la inteligente frase de un gran filósofo ingles, Alfred North Whitehead, que allá por el siglo XIX dijo: “El desvanecimiento de los ideales es triste prueba de la derrota del esfuerzo humano”, y no puedo evitar relacionarla con este peliagudo tema del aborto. La mentalidad capitalista nos impulsa a un esfuerzo vacío y carente de metas guiadas por principios o ideales profundos; producir por producir y consumir por consumir; para que el sistema se mantenga en una base segura y yo y los que me rodean tengamos para comer y disfrutar (aunque los de un poco más allá se mueran de hambre).


¿De verdad veis tan rebuscado mi pensamiento?; desde el principio siempre he pretendido huir de parecer demasiado demagógico o utópico, pero si tanto se ha sumergido el ser humano en un mar vacío que no corresponde a su naturaleza, hasta tal punto que no es capaz de darse cuenta de tantas paradojas y aparentes contradicciones como que algo tan complejo como un cuerpo humano adulto es precisamente complejo porque anteriormente fue simple, no pudiendo esto ser de otra manera; si tan grande e importante se cree que cuando ve sus simples inicios es incluso capaz de renegar de sí mismo; y a la vez, si tan escéptico se muestra que no es capaz de darse cuenta de cómo un acto tan simple y placentero como es el sexual puede dar lugar a algo tan complejo como la vida; si todo esto lo consideramos con los ojos bien abiertos, nos daremos cuenta que detrás de eso que llaman “hacerse a sí mismo” debe haber, no una perfecta sumisión al sistema (como así se suele tomar la frase), sino un eterno juicio de la realidad que se nos intenta mostrar, un infinito formar y forjar de eso tan socialmente manipulado que llaman ideales, actuar siempre de acuerdo a ellos y reflejarlos con orgullo y letras grande en nuestro currículum de la vida.

martes, 26 de mayo de 2009

El aborto: La ceguera emocional (Artículo 1 de 5)


Pocos dirían que la cuestión sobre la tolerancia al aborto no es algo de indudable actualidad, tanto que al menos en mi caso, no pasa una semana sin haber tenido como mínimo una conversación sobre temas en relación a cuándo empieza la vida humana o si es necesario tanto sufrimiento de la posible futura madre. Diariamente veo y escucho el fluir de ríos de palabras en periódicos, revistas, informativos, tertulias... cuyo cauce muestra parásitamente ante mis ojos el nítido reflejo de un enorme cartel serigrafiado con el término ignorancia colgando del cuello tanto de partidarios como de contrarios a tan cruel realidad. Es principalmente por esto por lo que me he visto obligado a escribir cinco artículos en los que reflejaré la mía propia, salvo que el juicio de mis pocos pero fieles lectores diga lo opuesto. Los dos primeros los basaré respectivamente en dos, a mi parecer, importantes ideas que pocas veces se tienen en cuenta: la muchas veces triste necesidad de una apertura emocional para mostrarse de una parte de la opinión o llevar a cabo determinadas acciones; y la no siempre lineal valoración de las cosas según el esfuerzo que supone conseguirlas. Espero que la exposición sea ordenada y la redacción fácilmente comprensible.

Casi con frecuencia diaria afloran cientos de videos e imágenes, que mediante el perjuicio de la sensibilidad o el despertar de la más cruda repugnancia, intentan persuadir al público para que tome conciencia de la realidad del aborto, mostrando en el mejor de los casos imágenes en cuarta dimensión que dejan ver partes del cuerpo del feto de turno (en el peor muestran esto mismo pero del feto ya abortado) mientras nos describen en tono impositivo lo que estamos viendo. No puedo negar que el morbo o la curiosidad me han llevado en más de una ocasión a visualizar alguno de ellos (procuraba que no fuese después de comer), haciéndome reflexionar siempre sobre la misma cuestión: ¿En qué medida necesitamos hacer una llamada a nuestras emociones para forjar una opinión sobre un hecho más o menos objetivo o para llevar a cabo una serie de acciones?. Es entonces cuando me acuerdo de cosas tales como anuncios de determinadas ONGs que muestran la carita sonriente y a la vez apenada de algún niño africano pidiendo ser apadrinado o de los llantos que escuché en su día en la sala de cine donde se proyectó la última película de Titanic, justo en el momento en que el pobre Leo di Caprio murió congelado en el mar; apuesto a que gran parte del público esbozaría una tierna sonrisa en su cara si hubiese sobrevivido, a pesar de los otros miles de personas que murieron en el gran naufragio que realmente aconteció en 1912. Con esto quiero referirme a que dependemos en gran parte de la emocionalidad para formar nuestras opiniones, siendo en ocasiones excesivo el peso de ésta si tenemos en cuenta que la gente desea actuar siguiendo unos principios éticos en cierta manera universales (esos que decimos muchos que tenemos pero de los que tan vacíos suelen estar nuestros actos). Bien es sabido que, por ejemplo, la simpatía de un líder de un partido político o de un pobre que nos pide limosna (vaya personajes tan sumamente contrapuestos) influye en no poca cuantía sobre nuestras decisiones de votar al partido en cuestión o rascar nuestros bolsillos respectivamente. Muy posiblemente ésta sea una realidad psicológica intrínseca al ser humano de la cual podemos difícilmente prescindir, sin embargo, tenemos de hecho otra cualidad igualmente válida con un potencial suficiente (aunque muchas veces demasiado oculto) como para comprender cuándo la anterior está actuando o bien en perjuicio de otros, o bien mostrándonos una cara sesgada de lo que puede cabalmente considerarse más acorde con citados principios. Estoy hablando de la razón. Si, la misma que hizo ver al ser humano en 1927 que un hombre no puede ser tratado como un electrodoméstico con la abolición oficial de la esclavitud; en el siglo XVIII que algunos no es que estén endemoniados, sino que tienen una enfermedad mental (ver Philippe Pinel); o en 1933 que a lo mejor no es tan malo que las mujeres españolas puedan tener peso en un gobierno que directamente les incumbe, con el sufragio universal; quizá, y solo quizá, pueda también algún día dar cuenta de que no es realmente necesario que nuestros sentidos perciban varios dedos, algún ligero gemido o cierta forma fetal similar a un adulto para considerar que algo goza del don de la vida, pues creo que lejos quedó ya el empirismo de John Locke para el que lo único real era lo que nos brindaban éstas inmediatas pero imperfectas percepciones.

Podemos guiarnos puramente por la emocionalidad y dar limosna preferentemente al que consideremos más simpático por encima de otro que pudiese sentir mayor necesidad, o votar al candidato con más porte o más similar a nosotros aunque su programa electoral sea una verdadera birria, o así igualmente ignorar la tenencia de vida de algo que “parece que no la tiene” y dedicarnos únicamente a defender la comodidad de la supuesta embarazada, pues esta si que nos produce verdadero pesar de conciencia. O quizá por último podemos decantarnos por quitar el polvo a eso que llaman razón humana que tenemos en el fondo de nuestro baúl interior, y molestarnos en aprender su no muy complejo funcionamiento antes de convencernos claramente sobre algo.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Otra visión del talento


Utiliza tu talento en pro de los demás, tus derechos son carencias de otros


Allá por finales del siglo XV, un tal Leonardo, artista de gran reconocimiento en aquella época, vislumbró algo grandioso en su ambiciosa y alocada mente, algo que, de ser representado ante los ojos de los seres humanos, rompería la línea de la historia en dos partes, una antes y otra después de su nacimiento. Por más que lo trataba, no podía quitarse esta imagen de su cabeza: -Es bella si, pero llevará mucho trabajo y ya estoy algo anciano- se engañaba a si mismo con excusas que no hacían sino aumentar su intensidad- -Está bien, la llevaré a cabo, aunque no esté muy convencido de mi capacidad para ello- pensó finalmente. Con un gran montón de arcilla que reunió con esfuerzo comenzó su modelaje, mientras aprendices, familia y amigos se encargaban de ir de ciudad en ciudad buscando grandes cantidades de bronce con el que remataría la escultura final. Meses enteros transcurrieron viendo al bueno de Leonardo haciendo por reflejar tal bello pensamiento en tosca arcilla; y tras unos primeros intentos frustrados, parecía que aquello cada vez se iba ajustando más a lo que el perspicaz genio tenía enredado en sus neuronas. Toda la gente de los alrededores estaba al tanto, pues ya bien todos conocían las anteriores proezas artísticas de su talentoso vecino, y a sus oídos había llegado que ésta no tendría comparación alguna con ninguna de sus predecesoras, lo que hacía que aguardaran impacientes al día en que estuviera a punto. Gabriela, una pequeña de unos doce años solía pasar todas las mañanas a eso de las doce y media cerca de la ventana donde Leonardo trabajaba, y con disimulo asomaba su rubia cabellera para contemplar sus avances diarios; ni siquiera el Domingo rompía con esta rutina.


Ocho meses más tarde, tras incontables horas de trabajo, casi setenta toneladas de bronce almacenadas y ciertos atisbos de belleza en el boceto de arcilla, Leonardo anunció algo inesperado: abandonaría sus intentos de terminar cualquier tipo de escultura. Estaba cansado ya, además no necesitaba el dinero que podría sacar por ella, ya tenía bastante. -Rápido, llevaos todo el material y deshechadlo, no quiero tenerlo cerca de mi vista- ordenó a sus discípulos. Cuando se enteraron, Gabriela y todos los vecinos corrieron hacia la casa del frustrado artista para pedirle explicaciones. -¿Es que no puede hacer uno lo que le venga en gana con su trabajo?¿qué explicaciones os debo yo a vosotros?- respondió Leonardo a miles de voces que gritaban desesperadas. La niña tomó la palabra y le contestó: -Como tu dices, era tu trabajo, y el que más esfuerzo debía emplear en él eras tu, pero créeme, desde que anunciaste lo que pretendías hacer, todo el pueblo sabía que tarde o temprano iba a ver algo grandioso. Tenías que haber visto el efecto que causaste en los demás, un ambiente lleno de vida se dejaba palpar entre nosotros, nos sentíamos capaces de hacer cualquier cosa que nos propusiéramos al ver tu tenacidad y perseverancia. Muchos buscaban inspiraciones para reflejar de algún modo su talento artístico, de ningún modo comparable al tuyo, pero lo hacían. Despertaste a la gente de sus sueños imposibles...- -Bueno, bueno- interrumpió Leonardo-, ¿y todo lo que he hecho anteriormente?, hay grandes y bonitos cuadros y obras circulando por las mejores exposiciones, ¿eso no lo valoráis?. De todas formas no entiendo cómo me echáis en cara esto por algo que solo es de mi incumbencia. Además... ¡si ni siquiera tenía forma todavía!- Tomó la palabra otra persona y dijo: - Tus palabras calan hondo en nuestros corazones querido vecino, no hay mucha gente, si no nadie, con unas destrezas similares a las tuyas, y yo personalmente daría mi brazo derecho por ser capaz de hacer una cuarta parte de lo que tu has conseguido ya; pero te digo sinceramente que hasta el día de hoy imperaba en nuestra conciencia un gran sentido de unión con todas tus obras; nuestro día a día se alimentaba en buena parte sabiendo que Leonardo compartía su talento con el pueblo, con sus iguales. Todos lo hacíamos nuestro porque pensábamos que así era. Como bien dices, eres libre de hacer lo que quieras, pero recuerda siempre que quien guarda sus dones para sí o los emplea para su único beneficio tendrá que construir forzosamente una irrealidad en su conciencia que le guarde de la angustia de todo el amor y la ilusión que podría haber transmitido, pues la naturaleza humana permite solo mediante éste amor encontrar la verdadera felicidad; puedes dar vida con tu talento o llevártelo a la tumba; un verdadero ambicioso elegiría lo primero-.


Nuestro sistema nos ha colocado en el lado mas pesado de la balanza, y nos impulsa a seguir cogiendo del otro para desequilibrarla aún más a nuestro favor.

Si no eres valiente y no caminas por su barra de unión para nivelarla contribuirás como uno más a tanta injusticia.

viernes, 13 de febrero de 2009

El miedo es más rentable

Cuando alguien percibe de verdad lo finito de éste mundo puede desarrollar al máximo su amor, y es únicamente mediante el amor por el que podemos convertir el límite en eternidad


El miedo nos hace sustituir el amor por materia, y nadie es pleno con la materia. Muchos se empeñan en acumularla y en tener la esperanza de poseer más, no porque piensen que esa es la mejor manera de vivir, sino porque no piensan sobre la mejor manera de vivir. ¿Cómo se puede pensar sobre esto en un sistema en el que el único motor esencial del hombre, lo único que puede darle una vida plena está paradójicamente censurado? ¿Con cuántas personas se puede tener una conversación sobre como mejorar tu amor por los demás, por tu madre, tu padre, tu hermano o tus amigos sin que te etiqueten como “tarado”, “raro” o “deprimido” o simplemente piensen: “estará pasando una mala época”?.

Una sociedad donde rigen unos valores basados en el consumo como fin en sí mismo, en la creación de necesidades basándose, no en su objetividad, sino en el lucro de quien las propone y explota, en la denigración del débil, en la potenciación y valoración positiva de rasgos y conductas personales como frialdad en trabajo y vida afectiva, consideración de la imagen sobre el trasfondo (“hacer creer” sobre “hacer ver”), ambición económica por encima de la personal, etc. es una sociedad cultivada sobre el miedo, un miedo que lo destapa la conciencia de muerte (que aparece sobre todo en momentos de rotura interna de lazos personales, ya sea por muerte, frustración, etc.), ya que solo se encuentra tapado superficialmente por lo que éste sistema ofrece al hombre. La fugacidad de las cosas, de los acontecimientos, de las necesidades, que cada vez es mayor, favorece la esperanza, pero una esperanza vacía, cuyo principal objetivo es eludir la conciencia de miedo, y al fin y al cabo, eludir la necesidad que está por encima de todas las necesidades: la del amor. El amor requiere compromiso para hacerlo pleno, entrega gratuita y, sobre todo, humildad, porque es el hombre humilde el único que no le pasa como a muchos, que el miedo les inunda tanto cuando ven la muerte cerca (en ese momento parte de la realidad se les descubre) que buscan desesperadamente un escape, algo que no les haga pensar en ello, que desvíe su atención (nuestra sociedad ofrece un gran catálogo para ello). El hombre humilde, en cambio, lucha contra el miedo con sus propias armas, se empeña en ver que él mismo es algo insignificante en el mundo, algo efímero, una mota de polvo en un gran vertedero, sabe que la muerte es algo cercano y que, por lo tanto, el hombre tiene unos límites muy acotados. Por eso percibe como absurdo el utilizar algo limitado (como lo que ofrece nuestro sistema) para intentar hacer plena su vida, eso no tendría sentido y le llevaría a la desesperación.

El hombre humilde, consciente de lo limitado, busca lo ilimitado para hacerlo frente, y nada cumple las características necesarias para ser considerado así salvo el amor. El amor pleno no conoce fronteras; puede unir pueblos, detener guerras o hacer que alguien decida no existir por amor. El amor traspasa la barrera inquebrantable para el hombre capitalista: la de la muerte; no necesita objeto ni esperanza de llegar algún día a ser superado (aunque si aumentado), porque nada que no tenga límites puede superarse; es el Carpe Diem en toda su pureza, es la seguridad de saber que: “Puedo morirme hoy, que no temeré, pues mi vida es plena”.

Acercamiento al concepto libertad

Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias.

John Locke


El ser humano busca la felicidad. La obviedad de esta frase a veces nos hace caer en la dejadez que supone el no tenerla en cuenta. ¿De verdad buscas la felicidad?. Esta es una pregunta clave en la vida diaria, pero hay otra todavía más importante: ¿El camino por el que dirijo mi vida es el que me lleva a ella? ó ¿Cómo puedo encontrarla?. Éste término tan anhelado como abstracto es el que hay que tener en cuenta en cualquier toma de decisiones (¿Ésta o aquélla decisión va a conducirme a la felicidad?).

Hay muchos teóricos que han caído en las garras de definir la felicidad como un estado de ánimo transitorio, algo así como una emoción que se tiene con la misma facilidad con la que se va, y no dejan de tener razón si asumimos la concepción de éste término en la experiencia de muchas personas, pero es bastante evidente, y esto es una conclusión mía, que una persona, generalmente, no dirige su vida hacia “estados transitorios” de felicidad por la simple razón por la que hay gente que cree en la Felicidad1, es decir, un modo de vida, una filosofía, un estado permanente de conciencia, llámese como se quiera, pero esa debe ser la meta de todo ser humano.

Y no podemos hablar de Felicidad sin a la vez aludir a otro término: la libertad, con el que tiene mucha relación, tanta que no hay Felicidad sin la libertad de escogerla, y eso nos da respuesta al gran dilema de muchos de por qué Dios no nos dio todo hecho o por qué no se manifiesta y así creemos todo, todo esto es porque Dios, a grandes rasgos, quiere la Felicidad del hombre, pero una Felicidad plena, es decir, sobrenatural, aunque este tema lo abordaremos más adelante.

Libertad se define como “facultad que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, o de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”, según el diccionario de la RAE en su vigésimo segunda edición. Ésta definición, aunque integradora, es demasiado simple para el tema que aquí nos incumbe. Aunque suene en principio utópico, libertad es la capacidad del hombre para escoger el bien, es decir, un hombre es tanto más libre cuanto más bien hace o más guía su vida por el camino del bien, o sea, de Dios. Sólo así el ser humano será capaz de obrar de la mejor manera para llegar a su mayor aspiración: la Felicidad que, al fin y al cabo, es la meta de toda libertad, entendida en su sentido pleno.

¿Quiere esto decir que no se puede ser feliz sin seguir el camino de Dios?. No, con reservas. Me explico mejor; claro que se puede llegar a ser feliz, e incluso casi Feliz, siguiendo la distinción que aquí hemos hecho, sin tener a Dios presente en la vida, pero alguien que sí lo tenga será potencialmente más feliz2, esto quiere decir que, la “persona con Dios” tiene capacidad para una felicidad plena3 (Felicidad), sin límites (estoy hablando alguien que realmente busque a Dios, no de aquellos idólatras que se hacen pasar por beatos), pase lo que pase va a seguir siendo Feliz, pues si tiene presente a un Dios inmortal y también posee la creencia de que no hay nada mundano que haga que un día él y los suyos vayan a estar junto a Él en un futuro más o menos lejano, su vida tiene un sentido pleno, que depende totalmente de él y sobre la que nada externo puede actuar. Mientras tanto, el “hombre sin Dios” no tiene nada sobrenatural a lo que aferrarse, por lo que no le queda otro remedio que buscar el sentido de su vida en algo mundano, en algo limitado por el espacio-tiempo y, por tanto, su felicidad será también limitada. Por ejemplo, la felicidad de un padre puede estar basada únicamente en la de su mujer y sus hijos o en su propio trabajo. Por lo tanto, el sentido de su vida se verá quebrado en el momento que su trabajo falle o su familia se vea afectada por una enfermedad grave o cualquier tipo de tragedia. A partir de ese momento, este padre habrá perdido las ganas de vivir que solo se restaurarán si encuentra un sustitutivo (entiéndase el término, es de sobra sabido que nadie puede sustituir a su mujer y a sus hijos pero aquí nos referimos a un sustitutivo afectivo, es decir, algo que de nuevo vuelva a dar sentido a la vida del padre), como puede ser una nueva mujer, un nuevo trabajo, una nueva familia o en algún caso, estrategias patológicas para “mantener con vida” a la persona perdida, pero de todas formas sus lazos con el mundo dependen exclusivamente de algo del mundo, y en el momento que eso falle, y es claro que algún día va a fallar debido al carácter limitado de todo lo mundano, su vida perderá sentido y eso le llevará irremediablemente a la infelicidad. En cambio, para alguien con “visión sobrenatural”, su vida tiene un sentido último inquebrantable, que es Dios y la vida eterna, algo que, lejos de librarle del sufrimiento al que todos los hombres estamos inevitablemente expuestos debido a los citados límites espaciotemporales, hace que se conserve la Felicidad en su sentido pleno ante cualquier dificultad de la vida: “ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rm. 8, 39).

Una vez leído esto es fácil pensar en la ingenuidad de las personas que creen en que hay un Dios o que hay vida después de la muerte, siendo que, esa ingenuidad les lleva a la “felicidad del ignorante”, indiscutible desde el punto de vista psicológico, y también es fácil caer en la idea de que es mejor “vivir en la realidad” antes que en una “mentira” por mucho que conforte. Éste razonamiento es del todo comprensible y respetable y no deja de tener lógica desde algún punto de vista, aunque yo invito a todos los que hayan caído en él que hagan un buen uso de su raciocinio y se dejen llevar por la curiosidad (que embaucaría a toda persona con un poco de inquietud por la verdad) por conocer como una “mentira” ha permanecido durante tanto tiempo y cómo ha habido numerosos “testigos de la mentira” que han dado su vida por ella. A mí, sinceramente, me cuesta creer desde un punto racional en esto último, por ello invito a seguir leyendo no solo este escrito, sino un gran y conocido Best Seller llamado el Nuevo Testamento.

Una vez hecho este inciso, seguimos con el análisis del término libertad. Como ya hemos dicho, libertad es la “capacidad del hombre de escoger el bien”, pero muchos pensaréis, lógicamente: ¿y que es el bien?, pues para muchas personas hacer el bien es, por ejemplo, apoyar el aborto de una madre mientras que para muchas otras hacer el bien es hacer lo contrario. Entonces, ¿qué es el bien?. Desde el punto de vista que aquí se expone, no se puede dar una definición normativa de éste término si no es con la mencionada “visión sobrenatural”, sobre la que hacer el bien se definiría como hacer la voluntad de Dios, una voluntad de Dios vista desde el Dios presente en Cristo, en la que cada persona es un ser amado por Dios hasta el extremo y mediante la cual no podemos “llegar a Dios”4. Sí, la persona no puede llegar a Dios si no es mediante la propia persona, es decir, mediante los demás, pues Él se hizo hombre para darse a los hombres, para morir por los hombres, y esa es la única manera de hacer el bien, y aquí introducimos otro término no menos conocido como es el amor, o Amor cuando se trata sobrenaturalmente. Dios quiso que fuéramos libres para que, siguiendo el camino del Amor, hiciéramos el bien y lográramos una plena Felicidad, éste es el resumen de éstas primeras líneas que llevamos, de las que, su pleno razonamiento hace que pensemos que Dios hizo todo por Amor, Él quiere que lleguemos libremente al camino del Amor para volver a Él (el Amor regresa al Amor), pero no solamente eso, sino que nos envió a su propio hijo, vino Él mismo, en su esencia ilimitada, y se hizo de la nuestra, limitada, y aún así nos amó hasta el extremo, y nos acompañó con el sufrimiento en su Pasión para que nosotros volviéramos al Amor, un Amor que no puede ser como es si no es libre, al igual que no puede existir plenamente entre un hombre y una mujer forzados a contraer matrimonio, sino que un hombre debe elegir libremente a su mujer y viceversa para que entre ellos surja como fruto el Amor el día en que declaren ante Dios y ante testigos que él y ella han venido al mundo por voluntad de Dios y que ésa misma voluntad ha sido la que les ha hecho elegir libremente la persona con la que hacerlo pleno.

jueves, 5 de febrero de 2009

El lenguaje: libertador y carcelero.


El hombre es construido socialmente, por lo que la misma identidad de una persona se asume bajo una apariencia casi estrictamente social. Desde que nacemos, desde que el arquitecto pone la base para la gran obra o desde que el ingeniero finaliza la construcción de un potente ordenador y se encuentra preparado para recibir datos, estamos a expensas de los albañiles, en el primer caso, o de los usuarios, en el segundo, que nos van moldeando, siendo ellos, y solo ellos, los que construyen nuestra identidad.

Desgranando la metáfora del edificio, el arquitecto construye unos planos y una base, una base pura, perfecta, donde todo encaja con todo, que se asemejaría al niño nada más nacer. En ese momento, el niño es un receptor potencial de estímulos virgen, “sin estrenar”, una máquina de asimilar “recién salida de fábrica”. Cuando nacemos somos pura biología, aunque bien es verdad que existe el hecho demostrado de que el niño recibe algún estímulo desde el vientre de la madre, pero se trata de algo casual, no fruto de una labor socializadora estructurada. Nuestra identidad hoy en día, como si hubiera sido planificada desde los inicios de nuestra vida, ha estado siendo elaborada cuidadosamente por una serie de operarios que, de modo circunstancial, han colaborado, a veces sin ellos del todo desearlo, en la creación del “nosotros mismos”, del quid nuestra condición humana que la hace plena. Y dentro de ese proceso de construcción hay un salto, más o menos brusco, un cambio cualitativo, que es el momento o periodo de tiempo en el que pasamos de ser un receptor pasivo de estímulos, una máquina que acata lo que otros deciden, a ser un receptor con parte activa en ese proceso, y hablamos de cuando aparece el sentido de “yo”, del “self”, del uno mismo, el momento de la vida en el que una persona puede decir: “yo quiero esto”, o “eso no me gusta a mí”. A partir de este momento, la máquina comienza a tomar parte en un proceso de decisión del que antes solo la tomaban otros, el hombre comienza a identificarse él mismo como receptor de estímulos, como una entidad más o menos estable en el sentido de poseer una serie de pautas que otros anteriormente han marcado. A partir de ese momento, el proceso de construcción se vuelve más cerrado, más específico, más selectivo a determinados tipos de estímulos, pues se ha marcado una nueva cota, una nueva base sobre la base inicial y la primera base del proceso de construcción. A partir de aquí y, si miramos ya hacia adelante, hacia la edad adulta y posteriormente, la persona irá adquiriendo unas pautas de recepción de estímulos y una selectividad mucho más estables y específicas, lo que tendemos a llamar como “ideología”, “forma de ser”, “personalidad”… Y un sinfín de descripciones que no llevan más que a dar cuenta de una pauta estable de selectividad en la asimilación y acomodación de estímulos, los cuales pueden pasar por varias fases según la complejidad en la selectividad del razonador y, asimismo, una pauta estable en la emisión de estímulos, pues el hombre construido se convierte también en una máquina de emitir para la construcción de otras máquinas o como estrategia en la construcción de sí misma.

Y ésta descripción mecanicista de la maduración del ser humano no la hago sino para mostrar que toda persona es una construcción, que toda identidad, por estable que parezca, es un hecho social más, fruto de un proceso de moldeamiento a lo largo de una concatenación interna de las interpretaciones de los estímulos. Antes de continuar, me gustaría hacer un inciso en la argumentación, y es que con la misma, no pretendo negar la existencia de sentimientos o emociones que interfieren en el comportamiento humano y en el proceso de emisión y discriminación de estímulos, pero debe saberse que éstos son consecuencia del proceso de construcción, es decir, que las emociones y sentimientos racionales, no pueden existir sin la presencia de una mínima base de construcción de estímulos porque vienen afectadas por ellos mismos, nadie puede sentir algo sin que exista antes otro algo sobre lo que se apoye ese sentimiento, algo que mínimamente lo justifique, y eso no puede ser otra cosa que algún modo de construcción efectuada por el pensante o algo que previamente hubiera estado en el exterior antes que en sí mismo y que él mismo hubiera acatado. Una vez hecho este inciso, tan necesario como elocuente, pienso yo, hemos de centrarnos en el hecho fundamental de la cultura, base por debajo de las bases y soporte de mucha de nuestra información. Estamos hablando de nada más y nada menos que del lenguaje. El lenguaje guía nuestra toma de decisiones para la recepción y emisión de los estímulos. Una vez adquirido, éste sirve como organizador de estímulos, como abono para muchos de los razonamientos que quedarían marchitos sin su ayuda. El hombre necesita del lenguaje para desarrollarse pero, de un modo paradójico, el mismo lenguaje le priva de la totalidad, de la falta de relatividad, del todo en el uno. Y es que el lenguaje aporta mucha libertad al hombre en el sentido de servir de apoyo a muchos estímulos e información, pero a su vez le hace esclavo de él mismo, es el contrato que el hombre firmó un día con el lenguaje (o que le hicieron firmar), por medio del cual, éste se introduce en el sistema de razonamiento del hombre, le sirve de medio para con las otras personas y como fuente y manantial eficaz para con los demás dadores y receptores de estímulos, pero le hace pagar un precio: que no podrá desprenderse de él. Por más que el hombre quiera, todo lo describirá con el lenguaje, todo lo recibirá con el lenguaje, todo lo expresará con el lenguaje… O casi todo, y aquí viene el punto central de la exposición. Todavía queda un resquicio, un hueco por el que podemos asomarnos con cuidado de que el rey lenguaje no nos inunde, todavía podemos percibir, que no interpretar, la totalidad, el todo.

Pero es que ese hueco es tan pequeño (y a la vez tan grande), que nos asusta asomarnos por él. Nos sentimos cómodos en las tierras del reino del lenguaje, donde sus leyes nos gobiernan, dejándonos nosotros gobernar por ellas, haciéndonos paso en su corte, identificándonos con sus reglas y haciendo ver en cualquier lado y bajo cualquier circunstancia que sólo existe una corte, una ley y un soberano: el rey lenguaje. Razonamos con el propio lenguaje la existencia única del lenguaje para explicarlo todo y, si hay alguna duda, si alguien intenta echar un vistazo para ver si existe algo detrás de él, otro le explicará (como no, mediante el lenguaje), que eso son invenciones suyas o que eso no existe, que no hay nada más allá del poder absolutista del lenguaje. Y con esto caemos en el error de utilizar algo en un plano que no le pertenece. Utilizar el lenguaje para justificar la no existencia de nada más allá del lenguaje es como justificar que has elaborado un plato de paella valenciana con más paella valenciana, haciendo irreductible el término mismo y no siendo consciente de las limitaciones que supone esto, pues no ver más allá del término “paella” significa no ver que se compone de arroz, pimiento, carne…, estando esto último en otro plano, el de los ingredientes. Espero entiendan la metáfora y perciban que no se puede justificar la existencia o no existencia de que hay algo detrás del lenguaje con el mismo lenguaje. Pongamos otro ejemplo: supongamos que la única teoría vigente, explicativa de absolutamente todo lo que ocurre, fuese la teoría atómica según la enunció John Dalton en el siglo XIX. Según esta situación hipotética, todo se compondría por átomos, es decir, todo sería materia y fuera de la materia no habría nada. Sin embargo, todos sabemos muy bien que de hecho existen cosas que no se componen de átomos, que no son materiales, como un pensamiento o el sonido que procede del cantar de un gorrión, y en nuestro ejemplo, la existencia de éstas dos cosas se negaría por el simple hecho de no aceptar las limitaciones de lo que la gente utiliza como medio para todos sus razonamientos: en el ejemplo, la teoría atómica y en nuestra argumentación, el lenguaje. Es por ello que todo elemento construido por el hombre o procedente de la naturaleza es limitado, desde un árbol a una teoría científica, todo lo que el hombre socialmente ha elaborado a lo largo de la historia tiene un rango, un campo de poder y es, por tanto, imperfecto. Todo lo que hemos conocido por medio de la ciencia o del llamado razonamiento lógico tiene unos límites, y precisamente porque el mundo es limitado, porque es imperfecto, es precisamente por lo que lo podemos demostrar a la luz de la ciencia, porque a su vez, de los medios de los que nos valemos para ello son limitados, imperfectos, pero caer en el error de negar la existencia de lo que no alcanzan a medir nuestros imperfectos medios sería tan irracional como negar que existe nada más allá en el Universo de lo que puede llegar a medir la sonda espacial de la tecnología más puntera que se pudiera elaborar.

Entonces, si todo es limitado, si incluso nuestro imperfecto lenguaje cubre casi totalmente todos nuestros procesos de razonamiento, pensamiento y hasta nuestra propia identidad, podemos de momento, como mínimo, considerar irracional el ateísmo, pues un ateo sacraliza los límites, considerándolos el todo y nada más allá de ellos. El ateo confiere poder absoluto al imperfecto lenguaje, una construcción social, un instrumento de medida para lo limitado y un instrumento, en su caso, que no ha servido para otra cosa que para alienar al ateo mismo en la creencia de que no hay nada más allá del lenguaje, nada que el lenguaje no pueda explicar, haciendo éste del lenguaje, sin saberlo, un dios. No es mi intención el decir que “todos los ateos son iguales o que todos piensan de la misma manera”, pero creo que es indudable que, si una persona no admite la posibilidad de un Dios, de la Totalidad, es porque ha utilizado algún tipo de instrumento para llegar a esa conclusión, sea el razonamiento mediante el lenguaje, o dentro de éste mediante la ciencia, etc. Pero todos ellos limitados, todos ellos imperfectos y, situados por tanto, en otro plano distinto sobre el que es incorrecto abordarlo. Por tanto, damos la vuelta a lo que muchas personas piensan y proclamamos sin ningún tipo de miedo que el ateísmo es irracional.

Pero, aunque no siendo poca cosa el afirmar la irracionalidad del ateísmo, no debemos quedarnos ahí. De momento, la conclusión a la que podemos llegar tras la argumentación realizada hasta este punto es que no podemos afirmar la no existencia de Dios, de lo ilimitado pero, asimismo, tampoco podemos afirmar, en el sentido de demostrar, la existencia de Dios, pues todo a lo que me he estado refiriendo carecería de sentido si yo no reconociera, como de hecho reconozco, que al intentar llevar a cabo mi exposición, estoy haciendo uso yo mismo del tan mencionado lenguaje, con las limitaciones que ello supone, sobre todo al hablar de este tema específico. Es por ello que quiero aclarar que, al finalizar el presente capítulo, no quiero ni puedo dejar nada demostrado, pero sería infinitamente útil mi redacción si consigo hacer llevar a cabo una mínima reflexión sobre el tema expuesto mediante éste medio, tan imperfecto como a la vez imprescindible en muchas cosas como es el lenguaje.

Y es que existe algo, como ya hemos dicho, algo detrás del lenguaje y de la razón, algo que trasciende los límites y que, a la vez, podemos alcanzar, algo que hace que la raza humana cobre sentido… Y ese algo es el Amor. Amamos a nuestros padres, a nuestros hijos, a nuestros maridos, esposas, familiares o amigos, y con todos ellos aspiramos a procurar su felicidad por encima de la nuestra, su felicidad por encima incluso de nuestra propia vida. Deseamos que nada se interponga entre nosotros y ellos y, aunque en ocasiones podemos, mediante la razón o el lenguaje, argumentar que existen maridos, padres o hijos mejores en muchos ámbitos, a pesar de eso, no querríamos cambiarlos ni en el más absurdo de los sueños. ¿Por qué?, pero ¡si la razón nos dice lo contrario!, pero si, racionalmente, teniendo un marido la posibilidad de cambiar, por ejemplo, una esposa a la que no le gusta el fútbol ni los sitios de copas, suponiendo que a éste le gustasen, por otra con la que disfrutar de estas actividades, ¡no lo hace!. ¿Por qué?. ¿Por qué no se cambian a los hijos que tienen malas notas y no paran de molestar en casa por otros mejores (suponiendo que estuviera esto regulado)?. La respuesta a éstas preguntas es clara: porque el hombre conoce el amor y anhela el Amor, el hombre tiene sed de lo ilimitado, de lo eterno, de poder mirar por detrás de la razón sin miedo, de desafiar al reinado del lenguaje y de la ciencia. El Amor no conoce éstos límites que tanto anhela conocer el ser humano, pues cuando se intenta limitar se desvanece o desvirtúa. Queremos a otras personas y eso nos acerca a la eternidad, pues rompemos límites, y nos alejamos de la misma cuando las fallamos o cuando cometemos una injusticia contra éstas, volviendo mediante el perdón a acercarnos a ella de nuevo. El perdón rompe barreras, derriba muros para dar paso al Amor, nos hace el agujero más grande por detrás de la razón para que le veamos más cerca y le podamos así conocer mejor y acercarnos aún más. No hay nada más explícito para hablar de esto que la famosa lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios:

Ambicionad los carismas mejores. Y aún os voy a mostrar un camino mejor. Ya podría yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles; si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o unos platillos que aturden. Ya podría tener el don de predicción y conocer todos los secretos y todo el saber; podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aun dejarme quemar vivo; si no tengo amor de nada me sirve.
El amor es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca. ¿El saber?, se acabará. ¿El don de lenguas?, enmudecerá. ¿El don de predicar? se acabará. Porque inmaduro es nuestro saber e inmaduro nuestro predicar; pero cuando venga la madurez, lo inmaduro se acabará. Cuando yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño, razonaba como un niño. Cuando me hice un hombre, acabé con las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo de adivinar; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es por ahora inmaduro, entonces podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor.

1Co 12, 31- 13, 13


El saber y el don de lenguas acabarán, pues son inmaduros, ya que son creados por el hombre, no así el Amor.

Mediante éste imperfecto medio como es el lenguaje, podemos llegar a caer en la cuenta de que, si hay algo que verdaderamente es ilimitado, si el hombre, siendo limitado, puede llegar a aspirar a algo así, es que esto existe independientemente del hombre, pues algo imperfecto, sujeto a límites, como el ser humano, no puede crear o elaborar culturalmente algo que lo trasciende, como es el Amor.

En definitiva, el Amor no entiende a la razón y no se puede dar a conocer mediante el lenguaje, pues están en planos diferentes, así que, estimado lector, si ha entendido mínimamente el texto, redactado con éste mismo medio, es que usted ha mirado por ese hueco, ha experimentado la carencia de límites, se ha acercado a la eternidad, y sólo me queda invitarle a una mayor experiencia con esto para que perciba lo privilegiado que es usted y los que le rodeamos, pues Dios ha querido regalarnos la eternidad.

martes, 3 de febrero de 2009

Introducción

El ser humano ha adquirido evolutivamente una cualidad única en el reino animal que, a lo largo de la historia, ha atormentado y actualmente atormenta tanto a las más como a las menos privilegiadas mentes. Hablo de la capacidad de dudar.


Dudamos sobre la muerte, la vida, el gobierno, los derechos humanos, el amor, la verdad, la realidad misma... Dudamos tanto que algunos se angustian hasta puntos extraordinarios: ¿existiré?, ¿me querrán?, ¿cuando moriré?, ¿debo hacer esto o esto otro?. Es por ello que muchos, ante la gran incertidumbre que les causa el sentir sobre ellos el inmenso peso de la duda, construyen como pueden un gran muro, no que les libre, sino que les encierre en un pequeñito rincón donde la palabra "seguridad" reina esforzándose por no dejar emerger a otra, la "ignorancia", que intenta asomar por encima del mismo. Sin embargo, no debemos preocuparnos en exceso, pues contamos con un fuerte aliado, el gran arquitecto de nuestro muro que es a la vez nuestro dueño y señor, quien nos libra de cualquier angustia que pueda surgir imponiéndonos imágenes e imitaciones burdas del mundo real que, a pesar de proporcionarnos vacío, desconsuelo, impotencia, alienación o desesperación, nos oculta amablemente todo esto bajo las consoladoras etiquetas de seguridad, comodidad, lujo, estatus, poder, distinción, etc. Hablo del gigante dictador Capitalismo, el primero cuyos súbditos no solo no muestran resistencia alguna, sino que colaboran febrilmente en la extensión del reinado; el primero que no goza de trono o palacio, pues reina en el interior de las conciencias.


Y pensaréis, ¿quién vive detrás de éste muro?, ¿seré yo?. Por si acaso mira a ver si lo tienes, pues quizá lo construíste sin ser consciente de ello guiado por el gran arquitecto que muchas veces obra con poco o nada de tu esfuerzo. Quizá cerraste los ojos a lo que realmente importa, a lo que llena los corazones de los hombres. Quizá algún día dejaste de lado el dedicar tu tiempo a las grandes metas, las del hombre pleno de Felicidad, por dedicarlo a las metas del hombre artificial, degradado y superfluo que nos impone ésta cultura que nos ahoga, en la que el Poder es nuestro Dios, el Dinero nuestra Oración y la Materia nuestro ansiado Edén.

¿Eres uno de ellos?. ¿Eres de los que se ha zambullido en un mar de actividades que no llevan a ningún lado con la excusa de "me estoy ganando la vida"?, ¿para ti eso es "ganarse la vida"?. ¿Ese precio por el que la estás vendiendo es digno de ella?, ¿la hace más plena?, ¿construyes cada día una peldaño de esa escala hacia la Felicidad o simplemente te dejas llevar por un sistema vacio, de metas espúreas que se difuminan nada más conseguirlas, haciéndote ver que hay otra mayor con la que pasará lo mismo?.


En un mundo donde el planteamiento personal de preocupaciones fundamentales del hombre pleno está degradado como secundario, sino como locura, donde se valora infinitamente más una conversación sobre como aumentar mi nivel de ingresos que otra sobre como puedo aumentar mi amor, mi felicidad lejos de lo material. En un mundo como éste donde el tiempo importante es el dedicado a engrasar el engranaje del capitalismo y el secundario, si es que se da, el dedicado a tu Felicidad, podemos todavía atisbar un acontecimiento casi milagroso, que nos hace pequeños, dependientes y nos une a todo el reino animal y vegetal: el de la respiración. De un acto como éste, tan aparentemente simple como realmente complejo, nadie, incluso los más escépticos, podrían dudar de que la existencia de la vida sin él sería imposible. Y es por ello que he querido titular así este blog, porque ante todo el relativismo que se nos impone en temas importantes, mientras reina el absolutismo de lo material, una de las pocas cosas que podemos empezar a hacer para romper el muro que se empeñan en poner delante de nosotros es sentarnos y respirar. Así posiblemente nos demos cuenta de que, igual que la totalidad de órganos del cuerpo dependen de un acto tan simple como que, antes que nada, los pulmones se llenen contínuamente de aire, quizá nuestra vida sea igual, y deba comenzar por gestos simples, pero contínuos, para que todo funcione siguiendo un patrón armónico, estable y de metas que merezcan la pena. Y al igual que el aire es la materia prima de los pulmones (sólo, además, si está formado por una serie de componentes), y si no se les alimenta de esta manera todo el cuerpo deja de funcionar, quizá no estemos alimentando nuestra vida con lo que le es propio, con lo que intrínsecamente la hace plena dentro de nuestra condición humana, que a lo largo de mis escritos voy a defender que se trata de elementos tan simples como la valoración de la sonrisa, la mirada, la ayuda o el silencio, entre otros. Si tu conciencia no está todavía muy absorbida, podrás darte cuenta de que todos ellos distan bastante de las ofertas más atractivas de nuestro sistema capitalista; estando éstos destinados, no a crear un hombre ingenuo, bobo y utópico, sino un hombre activo, luchador y revolucionario de nuestro tiempo. Y todos ellos deben estar irremediablemente unidos por "el nexo común", el único capaz de cambiar el mundo hacia un sentido pleno de libertad y felicidad. Estoy hablando del gran censurado de nuestra era: el Amor.