martes, 26 de mayo de 2009

El aborto: La ceguera emocional (Artículo 1 de 5)


Pocos dirían que la cuestión sobre la tolerancia al aborto no es algo de indudable actualidad, tanto que al menos en mi caso, no pasa una semana sin haber tenido como mínimo una conversación sobre temas en relación a cuándo empieza la vida humana o si es necesario tanto sufrimiento de la posible futura madre. Diariamente veo y escucho el fluir de ríos de palabras en periódicos, revistas, informativos, tertulias... cuyo cauce muestra parásitamente ante mis ojos el nítido reflejo de un enorme cartel serigrafiado con el término ignorancia colgando del cuello tanto de partidarios como de contrarios a tan cruel realidad. Es principalmente por esto por lo que me he visto obligado a escribir cinco artículos en los que reflejaré la mía propia, salvo que el juicio de mis pocos pero fieles lectores diga lo opuesto. Los dos primeros los basaré respectivamente en dos, a mi parecer, importantes ideas que pocas veces se tienen en cuenta: la muchas veces triste necesidad de una apertura emocional para mostrarse de una parte de la opinión o llevar a cabo determinadas acciones; y la no siempre lineal valoración de las cosas según el esfuerzo que supone conseguirlas. Espero que la exposición sea ordenada y la redacción fácilmente comprensible.

Casi con frecuencia diaria afloran cientos de videos e imágenes, que mediante el perjuicio de la sensibilidad o el despertar de la más cruda repugnancia, intentan persuadir al público para que tome conciencia de la realidad del aborto, mostrando en el mejor de los casos imágenes en cuarta dimensión que dejan ver partes del cuerpo del feto de turno (en el peor muestran esto mismo pero del feto ya abortado) mientras nos describen en tono impositivo lo que estamos viendo. No puedo negar que el morbo o la curiosidad me han llevado en más de una ocasión a visualizar alguno de ellos (procuraba que no fuese después de comer), haciéndome reflexionar siempre sobre la misma cuestión: ¿En qué medida necesitamos hacer una llamada a nuestras emociones para forjar una opinión sobre un hecho más o menos objetivo o para llevar a cabo una serie de acciones?. Es entonces cuando me acuerdo de cosas tales como anuncios de determinadas ONGs que muestran la carita sonriente y a la vez apenada de algún niño africano pidiendo ser apadrinado o de los llantos que escuché en su día en la sala de cine donde se proyectó la última película de Titanic, justo en el momento en que el pobre Leo di Caprio murió congelado en el mar; apuesto a que gran parte del público esbozaría una tierna sonrisa en su cara si hubiese sobrevivido, a pesar de los otros miles de personas que murieron en el gran naufragio que realmente aconteció en 1912. Con esto quiero referirme a que dependemos en gran parte de la emocionalidad para formar nuestras opiniones, siendo en ocasiones excesivo el peso de ésta si tenemos en cuenta que la gente desea actuar siguiendo unos principios éticos en cierta manera universales (esos que decimos muchos que tenemos pero de los que tan vacíos suelen estar nuestros actos). Bien es sabido que, por ejemplo, la simpatía de un líder de un partido político o de un pobre que nos pide limosna (vaya personajes tan sumamente contrapuestos) influye en no poca cuantía sobre nuestras decisiones de votar al partido en cuestión o rascar nuestros bolsillos respectivamente. Muy posiblemente ésta sea una realidad psicológica intrínseca al ser humano de la cual podemos difícilmente prescindir, sin embargo, tenemos de hecho otra cualidad igualmente válida con un potencial suficiente (aunque muchas veces demasiado oculto) como para comprender cuándo la anterior está actuando o bien en perjuicio de otros, o bien mostrándonos una cara sesgada de lo que puede cabalmente considerarse más acorde con citados principios. Estoy hablando de la razón. Si, la misma que hizo ver al ser humano en 1927 que un hombre no puede ser tratado como un electrodoméstico con la abolición oficial de la esclavitud; en el siglo XVIII que algunos no es que estén endemoniados, sino que tienen una enfermedad mental (ver Philippe Pinel); o en 1933 que a lo mejor no es tan malo que las mujeres españolas puedan tener peso en un gobierno que directamente les incumbe, con el sufragio universal; quizá, y solo quizá, pueda también algún día dar cuenta de que no es realmente necesario que nuestros sentidos perciban varios dedos, algún ligero gemido o cierta forma fetal similar a un adulto para considerar que algo goza del don de la vida, pues creo que lejos quedó ya el empirismo de John Locke para el que lo único real era lo que nos brindaban éstas inmediatas pero imperfectas percepciones.

Podemos guiarnos puramente por la emocionalidad y dar limosna preferentemente al que consideremos más simpático por encima de otro que pudiese sentir mayor necesidad, o votar al candidato con más porte o más similar a nosotros aunque su programa electoral sea una verdadera birria, o así igualmente ignorar la tenencia de vida de algo que “parece que no la tiene” y dedicarnos únicamente a defender la comodidad de la supuesta embarazada, pues esta si que nos produce verdadero pesar de conciencia. O quizá por último podemos decantarnos por quitar el polvo a eso que llaman razón humana que tenemos en el fondo de nuestro baúl interior, y molestarnos en aprender su no muy complejo funcionamiento antes de convencernos claramente sobre algo.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Otra visión del talento


Utiliza tu talento en pro de los demás, tus derechos son carencias de otros


Allá por finales del siglo XV, un tal Leonardo, artista de gran reconocimiento en aquella época, vislumbró algo grandioso en su ambiciosa y alocada mente, algo que, de ser representado ante los ojos de los seres humanos, rompería la línea de la historia en dos partes, una antes y otra después de su nacimiento. Por más que lo trataba, no podía quitarse esta imagen de su cabeza: -Es bella si, pero llevará mucho trabajo y ya estoy algo anciano- se engañaba a si mismo con excusas que no hacían sino aumentar su intensidad- -Está bien, la llevaré a cabo, aunque no esté muy convencido de mi capacidad para ello- pensó finalmente. Con un gran montón de arcilla que reunió con esfuerzo comenzó su modelaje, mientras aprendices, familia y amigos se encargaban de ir de ciudad en ciudad buscando grandes cantidades de bronce con el que remataría la escultura final. Meses enteros transcurrieron viendo al bueno de Leonardo haciendo por reflejar tal bello pensamiento en tosca arcilla; y tras unos primeros intentos frustrados, parecía que aquello cada vez se iba ajustando más a lo que el perspicaz genio tenía enredado en sus neuronas. Toda la gente de los alrededores estaba al tanto, pues ya bien todos conocían las anteriores proezas artísticas de su talentoso vecino, y a sus oídos había llegado que ésta no tendría comparación alguna con ninguna de sus predecesoras, lo que hacía que aguardaran impacientes al día en que estuviera a punto. Gabriela, una pequeña de unos doce años solía pasar todas las mañanas a eso de las doce y media cerca de la ventana donde Leonardo trabajaba, y con disimulo asomaba su rubia cabellera para contemplar sus avances diarios; ni siquiera el Domingo rompía con esta rutina.


Ocho meses más tarde, tras incontables horas de trabajo, casi setenta toneladas de bronce almacenadas y ciertos atisbos de belleza en el boceto de arcilla, Leonardo anunció algo inesperado: abandonaría sus intentos de terminar cualquier tipo de escultura. Estaba cansado ya, además no necesitaba el dinero que podría sacar por ella, ya tenía bastante. -Rápido, llevaos todo el material y deshechadlo, no quiero tenerlo cerca de mi vista- ordenó a sus discípulos. Cuando se enteraron, Gabriela y todos los vecinos corrieron hacia la casa del frustrado artista para pedirle explicaciones. -¿Es que no puede hacer uno lo que le venga en gana con su trabajo?¿qué explicaciones os debo yo a vosotros?- respondió Leonardo a miles de voces que gritaban desesperadas. La niña tomó la palabra y le contestó: -Como tu dices, era tu trabajo, y el que más esfuerzo debía emplear en él eras tu, pero créeme, desde que anunciaste lo que pretendías hacer, todo el pueblo sabía que tarde o temprano iba a ver algo grandioso. Tenías que haber visto el efecto que causaste en los demás, un ambiente lleno de vida se dejaba palpar entre nosotros, nos sentíamos capaces de hacer cualquier cosa que nos propusiéramos al ver tu tenacidad y perseverancia. Muchos buscaban inspiraciones para reflejar de algún modo su talento artístico, de ningún modo comparable al tuyo, pero lo hacían. Despertaste a la gente de sus sueños imposibles...- -Bueno, bueno- interrumpió Leonardo-, ¿y todo lo que he hecho anteriormente?, hay grandes y bonitos cuadros y obras circulando por las mejores exposiciones, ¿eso no lo valoráis?. De todas formas no entiendo cómo me echáis en cara esto por algo que solo es de mi incumbencia. Además... ¡si ni siquiera tenía forma todavía!- Tomó la palabra otra persona y dijo: - Tus palabras calan hondo en nuestros corazones querido vecino, no hay mucha gente, si no nadie, con unas destrezas similares a las tuyas, y yo personalmente daría mi brazo derecho por ser capaz de hacer una cuarta parte de lo que tu has conseguido ya; pero te digo sinceramente que hasta el día de hoy imperaba en nuestra conciencia un gran sentido de unión con todas tus obras; nuestro día a día se alimentaba en buena parte sabiendo que Leonardo compartía su talento con el pueblo, con sus iguales. Todos lo hacíamos nuestro porque pensábamos que así era. Como bien dices, eres libre de hacer lo que quieras, pero recuerda siempre que quien guarda sus dones para sí o los emplea para su único beneficio tendrá que construir forzosamente una irrealidad en su conciencia que le guarde de la angustia de todo el amor y la ilusión que podría haber transmitido, pues la naturaleza humana permite solo mediante éste amor encontrar la verdadera felicidad; puedes dar vida con tu talento o llevártelo a la tumba; un verdadero ambicioso elegiría lo primero-.


Nuestro sistema nos ha colocado en el lado mas pesado de la balanza, y nos impulsa a seguir cogiendo del otro para desequilibrarla aún más a nuestro favor.

Si no eres valiente y no caminas por su barra de unión para nivelarla contribuirás como uno más a tanta injusticia.