martes, 19 de enero de 2010

Maldita felicidad

En un anuncio de televisión, una mujer muestra sus armas más seductoras con el único propósito de despertar nuestro gusto por un coche de la marca X, mientras, en un local inmobiliario, un cliente de buena billetera avasalla a preguntas estúpidas a un comercial, ante las que éste no disminuye ni un ápice la intensidad de su sonrisa.

No hace falta ser un gran científico social para saber que éstos no son dos ejemplos aislados de superficialidad en determinadas relaciones humanas cotidianas, sino que son prototípicos del día a día en la sociedad de apariencias en la que vivimos. ¿Qué ha pasado? ¿Estamos todos locos? ¿Por qué participamos de ésto? ¿No somos conscientes de la falsedad que nos rodea?. Claro que lo sabemos; ¡Si lo peor es que lo sabemos... Y podemos decir que hasta nos gusta!. Sin embargo, mi inmadurez social o visión utópica adolescente (así lo llaman algunos) crea en mi conciencia la necesidad de dejar algún pequeño resquicio a lo que yo llamo razón, y así exclamar, con miedo e inocentemente: Quizá sólamente queremos pensar que nos gusta...

En una de mis inmaduras lecturas, saqué en claro que Nietzsche resume parte de su pensamiento en la frase: «Si quieres ser feliz, ten fe, si quieres ser discípulo de la verdad, entonces búscala». Me gustaría adaptar la frase y la definición de fe en lo que conciernen a esta exposición y poner así voz a nuestra cultura; ella diría: «si quieres ser feliz, ten fe en que si un coche se anuncia con una chica guapa al lado, será mejor coche; en que si un personaje con éxito porta una determinada marca de ropa, es más probable que tu también lo tengas; ten fe en que los juicios de tus medios de información son ciertos, en que «su actualidad es la actualidad»; ten fe en que lo que más dinero cuesta es mejor para tí, y en que esto guiará tus metas en la vida; ten fe en que el arte que más fácil pongo a tu alcance es arte verdadero, los sentimientos que en tí despierta lo justifican». A raíz de esto lanzo una pregunta (inmadura, por supuesto): ¿Pensáis que se puede ser feliz viviendo en un mundo irreal como el que nos propone la cultura del consumo, en la que el producto ideal es el que menos cuesta producir y más engaña al vender y no el más acorde con nuestra necesidad?. Sin duda, y tristemente, yo pienso que sí. No me gusta mucho utilizar refranes, pero creo que el de «eres más feliz que un tonto con un lápiz» puede considerarse como una muy buena adaptación vulgar de la frase de Nietzsche, personaje pesimista e infeliz por excelencia, aunque gran buscador de la verdad.

Yo también tengo momentos de fe. Momentos en los que creo que los lujos son apasionantes, que la vida sin dinero no es vida, que mis derechos como ciudadano occidental son merecidos, que el progreso tecnológico siempre es bueno, que mis metas son las mismas que las de quienes me rodean... Sin embargo, soy consciente, como todos (quiero pensar), que cometimos, como Adán en el paraíso, el error de comer el fruto prohibido; el que nos hizo analizar, buscar y pensar con mente adolescente; el que nos llevó a tomar como fin último la búsqueda de la verdad y no la de la felicidad. Yo, en ocasiones, utilizo este don tan molesto, y tomo conciencia de muchas contradicciones que acontecen a mi alrededor: veo a miles de personas viviendo con lujos, y a la vez conscientes de la existencia de la pobreza, del hambre, de la necesidad... ¡pareciendo felices!; a hombres y mujeres reclamando derechos para ellos mismos cuando más de media humanidad no tiene otros más básicos; veo luchas por propiedades, en grande y pequeña escala; gente pisoteando a otra gente con excusas como: «es mi trabajo, no puedo hacer nada»; veo, en definitiva, a centenares de miles de tontos que ven infelicidad y miseria más allá de su lápiz, pero que no hacen nada al respecto porque ese objeto tan absurdo que les ha tocado en suerte y que consideran suyo, les hace ya ser felices. Maldita felicidad.

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